Debemos aprender a conocer a nuestro amado Dios, como un Dios de amor, que nos protege, siempre |
1. Lectura
Bíblica: SALMO 139.1-10
2. Meditación
familiar:
Recuerdo cuando mis hijos, muy pequeños, jugaban a las
escondidas. Me llamaban a buscarles y pronto sabían dónde estaban. Por
supuesto, hacía como si no lo conociera, es decir, el lugar donde se
refugiaban. No obstante, pronto les decía: “Te
encontré”. Algo maravilloso, porque reían a carcajadas y no sabían cómo podía yo saber su
ubicación.
Igual
ocurre con nosotros hoy, y con nuestra familia. Dios nos conoce a plenitud, lo
que pensamos, aquello que nos despierta temor, y por supuesto, nuestras
expectativas. Es necesario rendirnos a Él.
A
veces, las personas que tratan de huir de Dios están actuando por pura soberbia
—parece que creemos saber lo que es mejor para nosotros, sin importar lo que
Dios piense o diga. A veces, nos negamos rotundamente a obedecer por temor: nos
da miedo fracasar; nos preocupa que los demás puedan criticar nuestros
esfuerzos; o quizás tememos que la obediencia pueda ser demasiado costosa.
Pero, no importa la razón, muchas veces no somos capaces de reconocer lo
costoso que resulta rechazar al Señor y tratar de huir de Él.
Olvidamos lo que dice la Escritura,
en el sentido de que Dios nos conoce a plenitud: “Oh Señor, has examinado mi corazón y sabes todo acerca
de mí. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; conoces mis pensamientos aun
cuando me encuentro lejos.”(Salmo 139:1, 2. NTV)
Jonás
pagó un alto precio por su rebeldía. No solo experimentó la vergüenza, el
terror y el sentimiento de culpabilidad, sino que además puso en peligro la
vida de hombres inocentes. No se puede huir del Señor sin imponer un duro
castigo a personas inocentes.
Cuántos
padres y cuántas madres abandonan a sus hijos, y dicen: “Puedo hacer lo que yo quiero. Es mi vida”. No, no es así. No se
puede dejar a unos hijos sin padre o madre, y no cosechar dolor y sufrimiento
durante toda la vida. Ni tampoco se puede pecar contra el Señor sin pagar un
precio terrible y herir a otros al hacerlo.
A
pesar de esta terrible realidad, también es cierto que Dios es perdonador; Él
da una segunda, una tercera, en realidad, muchísimas oportunidades (Jon 3.1).
El cuidó a Jonás, y también cuidará de usted.
3. Oración
familiar:
“Amado Dios y Padre
celestial, nos llena de alegría tener vida hoy cuando infinidad de personas han
pedido la posibilidad de vivir. Gracias por la salud, la provisión, la unidad
familia y cada una de las cosas que nos regalas. Enséñanos a vivir y caminar
conforme a Tú Voluntad. Rendimos como familia todo nuestro ser en tus manos.
Ayúdanos a vivir a Cristo en cualquier lugar. En tus manos quedamos este día.
Amén”
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