Dios nos da la capacidad de vencer sobre los problemas |
1. Lectura Bíblica: 1 Samuel 17
2. Meditación familiar:
Allí está el
joven pastor, tan indignado por las maldiciones del gigante contra el Dios de Israel,
que se ha ofrecido voluntariamente para enfrentar al guerrero filisteo. Allí
está David, escoltado por el rey de esta nación y líder de su ejército,
empuñando solamente una honda y cinco piedras, mirando fijamente a un diestro
asesino, un soldado con armas afiladas.
“Te derribaré y te cortaré la cabeza”, le dice David.
Esas son
palabras audaces, ¿no? Imaginemos qué consejo habría recibido David hoy en día:
“Promete hacer lo mejor que puedas. Di a
todos que tienes la esperanza de obtener una victoria, pero recuérdales que no
fuiste tú quien los metió en el problema. Asegúrate de hacer todo lo que el rey
Saúl te aconseje, para que puedas culparlo si las cosas no salen según lo
planeado”.
¡Qué
bendición para nosotros que David no fuera guiado por la sabiduría de los
hombres! Él no necesitaba preocuparse por su imagen pública, ni por su posible
derrota. No necesitaba tampoco el consejo de Saúl, el rey inseguro que confiaba
en su ejército y en su armadura en vez del Dios que una vez lo había ordenado
rey.
Imaginemos a
David parado ante la tienda de Saúl, vestido con la armadura y el casco del
rey, y con una espada reluciente puesta en sus manos. Imaginemos a los
asistentes de Saúl haciendo todo lo posible por preparar a este joven pastor de
ovejas para enfrentarse a un guerrero que ningún soldado israelita había tenido
el valor de combatir, previendo, sin comentarlo, que el joven sería matado
brutalmente.
“No puedo caminar con esto”, dice David a
los ofrecimientos del rey, “pues no tengo
experiencias con ellas” (1 Samuel 17.39 LBLA).
No importaba
que los soldados y el rey mismo le recomendaran aparejos para la batalla; David
estaba siendo guiado por Dios, pero da una razón lógica para no usar las armas
de Saúl. No dice: “No, gracias. Dios me
ha prometido la victoria, y por eso voy simplemente a salir a caminar y a
esperar que un rayo caiga sobre el gigante”. David rechaza las armas de
Saúl, incluyendo la misma espada que podía haber hecho más creíble su amenaza a
Goliat, porque no tenía ninguna experiencias con ellas.
¿Con qué si
tenía experiencia? Con la protección y la provisión de Dios. “Tu siervo ha matado tanto al león como al oso; y este
filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha desafiado a los
escuadrones del Dios viviente” (1 S 37.36).
David sabe
que no necesita la armadura del rey, porque se aferra a lo que sí tenía
experiencia: la fidelidad de Dios cada vez que él había defendido a su rebaño
de ovejas. Lo que nosotros sabemos por haber leído los capítulos que siguen, es
que Dios —sin que nadie lo supiera— había aumentado el rebaño de David. El
guardián de ovejas había sido ordenado para pastorear algo no del todo
diferente: los hijos de Israel.
Así que David
camina hasta el río, donde selecciona cinco piedras en perfectas condiciones
para ser lanzadas. Después se dirige hacia el gigante para enfrentarlo, con su
cayado de pastor en una mano, con su vieja y probada honda en la otra, y con la
seguridad de que Dios dirige la senda de quienes confían en Él en vez de su
propio saber (Proverbios 3.5, 6).
Notemos cuán
diferente es la fe de David en el Dios vivo, en comparación con la religión de
Goliat. El filisteo ha estado maldiciendo, por sus dioses paganos, al pueblo de
Israel. Pero el dios de Goliat es, en realidad, él mismo. “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina”, dice David. En
otras palabras, le dice a Goliat: “A
pesar de tu desprecio a este muchacho que tiene solo una honda y unas piedras,
y a pesar de toda tu invocación a tus falsos dioses, todavía te aferras a tus
armas de guerra. Pero yo vengo a ti”, le dice, “en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de
Israel, a quien tú has provocado”.
Cada vez que
leo este pasaje, pienso en lo mucho que me parezco a Goliat, en vez de a David.
Por supuesto, doy gracias por las comidas en el nombre del Señor, y digo cosas
como “si Dios quiere, terminaremos a tiempo este proyecto”.
Pero en
realidad, cuando entro al campo de batalla, me aferro a mis propias fuerzas, a
mis habilidades, a mis armas de guerra. Me aseguro contra pérdidas, y me baso
en mis promesas y en la confianza en mí mismo para hacer las cosas. Soy como
Goliat, invocando el nombre de una deidad que realmente no conozco, y fingiendo
que puedo arreglármelas con fe en los logros del pasado.
¿Cómo sería
vivir con la fe de David? David sabía que se avecinaba una batalla, y que tenía
que hacer su parte. No probó a Dios presentándose desarmado en el campo de
batalla. De hecho, entró con las armas que más conocía. Incluso su afirmación de
que le quitaría la cabeza a Goliat, está basada en una visión del futuro,
práctica y llena de fe.
No tenía una
espada, pero sabía que después que entregara a Goliat en sus manos, habría una
espada que necesitaría un nuevo dueño. Yo tengo la esperanza de que Dios
proveerá, pero David estaba seguro de que proveería. En mi mente, la bendición
de Dios es un puede ser. Para David, la bendición de Dios era un sí seguro.
Mi fe se
parece más a la de Saúl que a la de David. Saúl le dice a David: “Ve, y Jehová esté contigo” (1 Samuel 17.37b),
pero inmediatamente después de invocar a Dios, Saúl lo insta a tomar su
armadura y su poderosa espada. Claro,
parece decirle Saúl: el Señor estará contigo, pero
mejor toma estas cosas en caso de que Él no responda. La fe de Saúl
es la fe de un apostador. Es un poco mejor que la de Goliat. Pero poco
diferente a la mía.
¿Qué tan
diferente sería mi vida si yo viviera como si las promesas de Dios no fuesen un
puede ser, sino un sí seguro? ¿Qué tan diferente sería
la suya? David venció al gigante porque Dios estaba a su lado, y porque, a su
vez, él confiaba en Dios y no en los caminos del hombre. ¿Con que frecuencia
elegimos el camino de la derrota, precisamente porque estamos tratando de ganar
con los caminos del hombre, en vez de transitar por la senda que Dios ha
preparado para nosotros?
Camine con la fe de David. Esa es mi
oración por mí mismo, por mi familia, y por usted.
3. Oración familiar:
Autor Tony
Woodlief
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