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Permita que sus hijos disfruten la niñez

Permita que sus hijos disfruten la niñez
Fernando Alexis Jiménez
S
e desconcentró y cerró los ojos con rabia. Raúl dejó a un lado el periódico, y se levantó del sofá, como impulsado por una fuerza interna indeterminada que lo llevó a abrir la ventana y gritar: “Dejen de hacer bulla que quiero concentrarme en la lectura”.

Es esencial que dejemos a los niños
disfrutar de su período de niñez
Un silencio que se podía palpar, invadió la casa. Rebeca en la cocina también cerró los ojos por un instante, pero con angustia. “Que mi marido esté en casa se convierte en un problema”, murmuró. Así era siempre, le incomodaban los niños jugando en el patio.

Minutos después los chicos estaban sentados en un banco de madera, viendo a lo lejos a otros muchachos jugar alegremente, mientras sus padres los veían sonrientes, pendientes de ellos.

Esa imagen, que permaneció por mucho tiempo en la memoria de Raúl, le llevó a cambiar su actitud. No podía seguir así, razonó, porque iba a frustrar a sus pequeños que repetía una y otra vez, era la razón de su vida y esfuerzos… Ese fue el principio del cambio que tanto anhelaba su familia…

Clame hoy a Dios por ese milagro...

Clame hoy a Dios por ese milagro…

Fernando Alexis Jiménez

S
onia se asomaba todos los sábados en la mañana, presa de la curiosidad que le despertaban los centenares de peregrinos que recorrían de rodillas la plazoleta adoquinada, hasta la basílica en la que se honraba la imagen del que pretendía ser el “Señor de los milagros”.
Si tan solo nos atrevemos
a creer, Dios hará posible
lo imposible...
Los milagros ocurrirán...
Muchos de ellos venían desde muy lejos, habían cubierto a pie la enorme distancia que los separaba de Guadalajara de Buga y llevaban ofrendas que entregaban en el altar, después de lastimar sus coyunturas con el piso duro de tierra cocida. Invariablemente pedían la intervención de Dios. Regresaban a sus casas, tiempo después, bajo el convencimiento de que algo especial ocurriría. Pero nada pasaba. Todo seguía igual.

Sonia los veía una y otra vez. Anhelaba gritarles—desde cuando era niña—que no perdieran el tiempo. Sin embargo sabía que dejarse arrastrar por los impulsos, acarrearía un tremendo castigo de sus padres, devotos católicos que no faltaban a misa de domingo.

Aprovechando la ausencia de ellos, iba donde la vecina evangélica. Nadie en el barrio le hablaba. La calificaban de hereje. Y de haber estado en vigencia la inquisición, seguramente habrían preparado de buen gusto una pira de leña para quemarla en medio del parque.

¿Ahogado por las deudas?

¿Ahogado por las deudas?
Ps. Fernando Alexis Jiménez

E
l día que la joven representante de un banco nacional le entregó su tarjeta de crédito, Alberto pasó media hora apreciándola: de frente, en la parte posterior, arriba, abajo, a contraluz para verificar la validez del holograma, los nombres y apellidos, documento de identidad, fecha de vencimiento… Todo.
Pídale a Dios sabiduría y no
permita que las deudas
lo ahoguen...
Sus ojos brillaban con la misma luz de quien ha encontrado un tesoro en el rincón más apartado de la selva; de quien comprueba en la televisión que acaba de ganarse la lotería y con la misma expectante mirada de la persona que en las últimas, a fin de mes y cuando se encuentra desesperado esperando su quincena, descubre en el cajero automático que aún le quedan algunos pesos.
--Esta es mi entrada a un mejor nivel de vida—le dijo orgulloso a un compañero de oficina, que no comprendía la euforia que desbordaba por sus poros. --Ya verás cuando Claudia la vea. Se volverá loca de la alegría—anunció.
Su esposa no prestó mayor atención cuando lo vio en la noche, después de la cena, blandiendo el documento plástico con la misma pasión febril, de José Arcadio Buendía, uno de los personajes de la novela "Cien Años de Soledad" del Nobel Gabriel García Márquez, cuando relatan que anunció a su familia que la tierra era redonda.

¿Cómo manejar bien su economía?

¿Cómo manejar bien su economía?

Fernando Alexis Jiménez

C
uando hurgó sus bolsillos—primero con curiosidad y luego con desesperación--, Roberto descubrió que apenas tenía unas monedas, y luego se dirigió, febril, hacia el interior de su billetera en la que únicamente encontró los documentos de identidad y unas cuantas tarjetas de presentación. "Dios mío, otra vez me quedé sin dinero", murmuró.

Llevaba varios meses en la misma situación. Un ciclo que parecía interminable. Su fuerza de voluntad se mantenía firme en un trayecto no mayor de doscientos metros: desde que salía del banco, después de cobrar su quincena, hasta que pasaba frente a la vitrina de un almacén, una librería, un restaurante o una venta de "saldos".

Obtenía cosas que no necesitaba, simplemente porque tenían un rótulo de colores que decía: "Rebajas". Muchas veces se encontró echando la basura aquello que cuatro meses antes parecía novedoso y que descubrió, no tenía mucha utilidad en su hogar.

Siete principios para vencer la ira

Siete principios para vencer la ira

Fernando Alexis Jiménez

E

n su enojo, Raquel lanzó el teléfono celular contra la pared. El impacto destruyó en mil fragmentos el aparato que se desperdigó en toda la habitación y minutos después sería el más vivo testimonio de las consecuencias desatadas por la ira de la joven mujer.

No puedo contenerme. Cuando me lleno de ira, es como si mi mente se nublara—le explicó a una amiga, horas después del incidente.

Las dos rememoraron el incidente, repasando segundo a segundo, lo que había ocurrido. Su profunda rabia, que la dominó por completo, comenzó cuando llegaron las dos de la tarde y Juan Carlos—su esposo—no la había llamado.

No puedo concebir que no se tome siquiera aun minuto para hablar conmigo—se justificó–. Imagínate, Laura: me salió con el cuento de que había estado trabajando en una junta de selección y calidad en su empresa.—

¿Ha pensado renunciar al ministerio?...

¿Ha pensado renunciar al ministerio?...
Fernando Alexis Jiménez

"

Si ha pensado renunciar al
ministerio pastoral, es hora
de que tome un tiempo, reflexione
bien y vaya al Señor Jesús en
oración antes de
tomar cualquier
determinación...
¡Los hombres y mujeres de Dios no renuncian a su llamado jamás!". Aquellas palabras le cayeron como un baldado de agua fría. Las escuchó el domingo en la mañana, durante el primer sermón. Justo ese día, cuando pensaba pasar su carta de dimisión. ¡Y no era para menos! El hogar con problemas: su esposa se quejaba de que no la tenía en cuenta, y sus hijos cada día se mostraban más apáticos.

Desde que Raúl había asumido como presidente del Comité de Servidores, las críticas en su contra se multiplicaron. Unos decían que ese no era un ministerio para él, otros opinaban que sus pautas de trabajo eran erradas y ventilaban comentarios sobre la superioridad de su antecesor. Varios voluntarios dejaron de asistir a las reuniones. Aunque él intentaba mejorar de muchas maneras, e incluso ignorar los comentarios malintencionados, cada nuevo esfuerzo parecía atizar el fuego y se volvía en su contra como un boomerang.

Para completar el oscuro panorama, su vida devocional iba de mal en peor. Primero clamó a Dios con angustia, luego dejó de hacerlo. Para ser sincero, ya no quería siquiera orar, y en cuanto a leer la Biblia, hacía días que el separador de páginas continuaba en el mismo pasaje escritural.

"No tengo ganas de nada, salvo de salir corriendo no sé a dónde, pero correr. No aguanto más", se repetía una y otra vez con evidente desespero. Incluso la relación con sus compañeros de trabajo se tornó tirante y amenazaba con deteriorarse progresivamente.

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