Hablar mal de otras personas, les destruye pero también a nosotros nos destruye |
1. Lectura Bíblica: Salmo 34:13; Eclesiastés 3:7
2. Meditación familiar:
Aun
cuando el boticario se atrevía a decir, en el marco del parque principal, que
en ese pueblo eran tan honrados que ni siquiera alguien se atrevía a robarle un
beso a su novia, un día cualquiera se encontraron con la sorpresa de que las
campanas de la parroquia habían desaparecido. Sólo dejaron una manilla y
dos nudos. Todos estaban espantados:
desde el alcalde, pasando por el cura hasta las viejas beatas que no paraban de
rezar en las tardes, al calor del sol cuando menguaba.
Y comenzaron a tratar de determinar
quién sería el ladrón. Tanto elucubraron, atando cabos, que pronto coincidieron
que un mendigo que dormía en las sillas de la plaza, era el autor del hurto. Y
sin más, lo encarcelaron. Estuvo tres meses preso.
La sorpresa fue cuando, en una
ciudad cercana, descubrieron al autor verdadero del robo. Lo capturaron cuando
pretendía vender las campanas, aludiendo que eran fabricadas con bronce de
buena calidad.
Y dejaron libre al mendigo, que por
aquél momento estaba muy delgado, con los ojos escondidos y una barba
descuidada. Un émulo del quijote de la mancha. Una murmuración le había causado
mucho daño, y su tristeza permaneció por mucho tiempo.
¿La ha ocurrido alguna vez que
murmuró de alguien y descubrió, tiempo después, que estaba en un error? Quizá
aquél a quien acusó, era inocente. Probablemente usted mismo fue la víctima.
¿Comprende el dolor que se siente cuando se experimenta la terrible carga de
una acusación sin fundamento? Los seres humanos deberíamos ser más cuidadosos
cuando hablamos.
El libro de los triunfadores que es
la Biblia nos enseña: “¡Entonces refrena
tu lengua de hablar el mal y tus labios de
decir mentiras!”(Salmo 34:13)
Todos—usted, yo, el vecino—de una u
otra manera hemos incurrido en injusticias por murmurar de personas inocentes. Lo
doloroso—también para nosotros—es descubrir que estábamos equivocados en
nuestra apreciación. Que juzgamos, que calumniamos, que dañamos a otros por no
medir el alcance de nuestras palabras.
Lo ideal es que antes de decir algo,
evaluemos si vale la pena, o lo mejor es callar. Recuerde que, como lo anotan
las Escrituras, hay tiempo para hablar, pero también tiempo para callar:
“Un tiempo para rasgar y un tiempo para remendar. Un tiempo para callar y un tiempo para hablar.”(Eclesiastés 3:7.
NTV)
Quien nos concede la sabiduría
necesaria para medir el alcance de nuestras palabras, es Dios mismo. Él nos permite
guardar prudencia. Ahora, si reconocemos que por la imprudencia y a la vez necedad, dañamos a
otras personas, lo más justo es que pidamos perdón. Es procurar resarcir, aun cuando
resulta literalmente imposible, parte del daño causado por hablar mal de los
demás.
Ahora, si alguien viene a ponerle
tema de su prójimo, asuma una actitud diplomática pero vertical. Dígale que no
está interesado en hablar de quien no está presente. Es una decisión oportuna
que le librará de muchos dolores de cabeza.
La decisión solamente la puede tomar
usted. Y otra, que no puede eludir, es abrirle las puertas de su corazón a
Jesucristo y permitirle que obre poderosamente en su vida, trayendo cambio y
crecimiento personal y espiritual. ¡Hoy es el día para tomar esa decisión!
3. Oración familiar:
“Amado Señor Jesucristo, te agradecemos la oportunidad que nos da vida este día. Gracias por reinar en nuestra familia y guiarnos hacia la victoria en todo lo que hacemos. Enséñanos a ser cuidadosos con lo que decimos, para que nuestras palabras no dañen a otras personas. Concédenos sabiduría. Sólo tú nos puedes ayudar a lograr este propósito. Sometemos en tus manos lo que vamos a hacer en el día de hoy. Amén”
©
Fernando Alexis Jiménez
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TEMAS:
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