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Los rumores destruyen la vida de las personas


Los rumores destruyen la vida de las personas

Fernando Alexis Jiménez

B
erenice Martínez era una mujer delgada y de baja estatura, morena y de cabello negro, vivía sola en una humilde casa del caserío Loma de don Santos, en el municipio de Santa Bárbara, en el noroccidente de Colombia. “Era muy inquieta”, dijo una amiga, a lo que complementó una familia: “Muy inteligente para aprender cosas nuevas”. Fabricaba objetos de marroquinería, cultivaba frutas y era fiel alumna de cuanto curso dictaran por esos lares.
No permita que el enemigo e siga acusando por los
errores del pasado...

--Yo no creo que fuera bruja—dijo el vendedor de abarrotes, sorprendido por el incidente que produjo estupor en todo el país y el mundo:--Quemarla viva fue un despropósito--.

Su desgracia comenzó el día que tuvo una discusión, en una reunión de moradores del poblado, y le dijo a uno de los líderes que “las cosas no quedarían así”. El hombre que salió del anonimato, de la noche a la mañana, acusada de cometer el crimen, le dijo a su familia durante la cena, que le preocupaba cuanto pudiera hacerle aquella “bruja”.

Y esa mala fama se regó como pólvora y en poco tiempo, en todos los hogares no se hablaba de otra cosa. Obsesionados como mantienen con temas de ocultismo y hechicería, terminaron atribuyéndole a la mujer poderes sobrenaturales que, al parecer, nunca tuvo.

Por aquél tiempo una hija de quien se sintió amenazado por Berenice, comenzó a sufrir extrañas dolencias. “Eso lo provocó la bruja, sin duda”, dijo él, y comenzó a alimentar rencor en su corazón. Para colmo de males, los médicos no encontraban explicación para la enfermedad. La adolescente aseguró que veía a Berenice chuzando un muñeco de trapo. “Ella me trata de matar”, decía en medio de raptos de llanto incontrolable.

Desde entonces el estigma de “bruja” acompañaba a Berenice a todas partes. Incluso los niños interrumpían el juego y le gritaban “bruja”.

Su situación empeoró con el tiempo, pues los vecinos le achacaban cualquier mal. Cuando en septiembre de 2011 otra joven, Tatiana Valencia, empezó a sufrir mareos y desmayos, los dedos apuntaron hacia Berenice.

Los vecinos, armados de machetes, palos y piedras fueron a obligarla a quitarle hechizo. Cuando los policías llegaron, encontraron que el sacerdote del pueblo intentaba aplacar a la turba. Pero en medio la confusión, algunos dijeron que a Berenice debían quemarla viva y darle un hachazo en la cabeza.

Si Dios nos perdonó, borrando nuestro pasado,
espera que vivamos, y que vivamos
a plenitud...
Ante la situación, las autoridades decidieron refugiar a la mujer en un hotel, donde permaneció por espacio de tres meses. Cuando creyó que se habían calmado las aguas turbulentas, regresó a su enorme casa. Sin embargo,  la situación empeoró hasta que el 29 de agosto la vieron jugando por última vez con sus perros en el patio. Dos días después, una hermana la encontró muerta, quemada, en ropa interior y con la desfigurada a golpes. A Berenice la mató un rumor, que fue creciendo y tomó la fuerza de verdad, aunque a nadie le constaba que fuera bruja.

Destruimos con nuestras palabras

Cuando juzgamos a alguien, y más allá, cuando proferimos un señalamiento, lo que comienza como rumor termina convirtiéndose en una “verdad” sin fundamento, que muchos creen y legitiman a fuerza de repetir el asunto una y otra vez. Todo comienza, generalmente, con palabras dichas sin medir las consecuencias, y los resultados generalmente son devastadores.

¿Le ha ocurrido alguna vez? Sin duda que sí. Todos los seres humanos tenemos proclividad a hablar más de la cuenta, y lo más grave, perjudicando a los demás.

El apóstol Santiago escribió a los creyentes del primer siglo, y también a nosotros hoy: Así también, la lengua es un miembro pequeño, y se gloría de grandes cosas. He aquí, un pequeño fuego ¡cuán grande bosque enciende!  Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, é inflama la rueda de la creación, y es inflamada del infierno.”(Santiago 3:5, 6)

El daño que hacemos con nuestras palabras es enorme, de ahí que una de las primeras metas que urge fijarnos, es ser cuidadosos al hablar. No olvidemos que un rumor puede ser altamente destructivo. Daña la honra de las personas y, de paso, les provoca dolor emocional.

Ahora, la disposición para cambiar es esencial que aflore en nuestra vida, pero a este componente debemos sumarle otro: procurar la ayuda de Dios. Él es quien nos concede el poder para cambiar.

El apóstol Santiago continúa diciendo que: “…toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres de la mar, se doma y es domada de la naturaleza humana: Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado; llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos á los hombres, los cuales son hechos á la semejanza de Dios.  De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, no conviene que estas cosas sean así hechas.”(Santiago 3:7-10)

Cambiar y crecer, en las dimensiones personal y espiritual, es posible. Con ayuda de Dios podemos lograrlo. Nada impide que demos pasos firmes hacia esa transformación. Sólo con su divino acompañamiento es posible ser cuidadosos y responsables con lo que decimos, sin herir a nadie y, además, sin poner por el suelo su honra. Un rumor, recuérdelo siempre, destruye y tiene consecuencias devastadoras.

Si ya recibió a Jesucristo como Señor y Salvador, lo felicito. Ahora, si tiene alguna inquietud, por favor no dude en escribirme a pastorfernandoalexis@gmail.com o si lo prefiere, puede llamarnos al (0057)317-4913705.

 

© Fernando Alexis Jiménez

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