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La fuerza transformadora del perdón


La fuerza transformadora del perdón
Dios nos acompaña en el proceso
de perdonar a quienes
nos causan daño...
Fernando Alexis Jiménez
Q
uien odia, vive en una cárcel permanente que le impide disfrutar una vida plena. El resentimiento le persigue como una sombra donde quiera que vaya. No siente paz. Y si, además, encuentra cerca a la persona causante de su dolor, la agonía personal y espiritual será mayor, porque deseará cobrar venganza por el daño que le causaron.

La única salida  a ese estado desesperado, es abrirle las puertas de su vida a Dios para que sea Él quien le de esa fuerza poderosa y transformadora para perdonar. Dios sí puede y quiere hacerlo.

En cierta ocasión alguien preguntó al Señor Jesús respecto al tema del perdón: Luego Pedro se le acercó y preguntó:   —Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien  que peca contra mí? ¿Siete veces?—No siete veces —respondió Jesús—, sino setenta veces siete.”(Mateo 18: 21, 22. Nueva Traducción Viviente)

Es esencial que cambiemos nuestra concepción y sentimientos hacia quienes consideremos  nuestros enemigos. El Señor Jesús en los versículos 27 y 28 de Lucas 6, el Señor Jesús hizo énfasis en cuatro fundamentos hacia quienes nos causan daño: amen, hagan el bien, bendigan y oren.

Detrás del perdón hay un poder eficaz, así no lo entendamos (Lucas 6: 29, 30). Encontramos al menos tras aspectos de resaltar: el primero, la paz para nuestra alma cuando perdonamos; el segundo, que no podemos esperar que el mundo cambie si no comenzamos, y el tercero, que debemos ser nosotros quienes demos el paso hacia el perdón.

Amando al prójimo testimoniamos nuestra fe. Perdonar no es una opción sino una obligación (Lucas 6:35) y, si no perdonamos, transgredimos la Ley de Dios (Lucas 6:36). Tenga presente que amando y perdonando al prójimo, recibimos bendiciones, como enseñó el Señor Jesús: “... y será grande vuestro galardón...”

Si limitamos el perdón, limitamos a Dios porque Dios nos ofrece la capacidad de perdonar siempre.

Científicos han atribuido al odio y al rencor, múltiples enfermedades, muchas de las cuales se manifiestan en el cuerpo. Y lo más sorprendente, cuando el enfermo perdona, su afección desaparece con mayor eficacia que si hubiese recibido la dosis del mejor antibiótico disponible en el mercado. Perdonar trae bien a nuestras almas y nos acerca a Dios, quien por amor y para perdonar al mundo, envió a su Hijo Jesucristo a morir en la cruz.   

Antes de concluir, una pregunta: ¿Ya recibió a Jesucristo como su Señor y Salvador? Hoy es el día para que lo haga…

© Fernando Alexis Jiménez



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